Hoy era nuestro segundo día en
Malta y nuestro itinerario nos decía que hoy era el día que visitaríamos Gozo,
pero por problemas técnicos (vamos, que el despertador no sonó a la hora que
tocaba) se nos hizo un poco tarde para dedicar el día a ver Gozo y lo dejamos
para el día siguiente.
Entre unas cosas y otras, salimos
sobre las 9:30 del apartamento y nos fuimos andando hasta el paseo para coger
el bus que nos llevaría a La Valeta. De ahí se pueden coger todo los buses que
van por la isla.
Muy importante: Hay un billete
válido para todo el día con el que puedes coger todos los autobuses de la isla
de Malta y sólo pagas 2,60 euros y 1,50 euros los residentes en Malta. Te lo da
el conductor y luego sólo tienes que enseñarlo cada vez que te subes en un
autobús.
La parada del bus está justo
delante de la puerta del hotel, así que para ir a La Valeta podíamos coger el
bus 12, 13, 21 y 23 y el primero que pasó fue el que cogimos.
Llegamos a la estación de
autobuses de Valleta en unos 10-15 minutos y una vez allí, le pregunté al conductor
cual era el autobús que nos llevaba a los Acantilados de Dingli.
El bus que te lleva a esta zona
de la isla es el número 52. No cojáis ni el 53 ni el 51 porque no llegan hasta
Dingli. El trayecto duró unos 45 minutos y pasamos tanto por Rabat como por
Mdina, que eran las paradas que haríamos a la vuelta.
Los autobuses parecen un poco
liosos al principio porque todo está en maltés y tiene un aspecto caótico, pero
después de convivir unos días con ellos, son muy útiles y no merece la pena
alquilar un coche.
El autobús te deja en frente de
un parquecito en Dingli y tienes que hacer un trayecto de unos 20 minutos
andando justo en dirección contraria para llegar a los famosos acantilados.
Nosotras fuimos paseando
tranquilamente y admirando el paisaje. Y aunque hacía mucho aire, en el sol de
estaba genial.
Después de seguir paseando un
ratito, por fin llegamos a los acantilados y empezamos a hacer fotos.
He de decir que aunque son
bonitos, no impresionan mucho, pues antes de los acantilados hay un valle que
no te deja ver la abrupta caída desde tan cerca.
Después de estar un buen rato
haciendo fotos y de quedarnos sentadas en una roca mientras admirábamos el
paisaje, nos fuimos a hacer el camino a la inversa mientras paseábamos por las
calles de Dingli.
Nos fuimos a la parada del
autobús y en unos 15 minutos ya estábamos de camino a Mdina.
Al llegar hacía más aire todavía
y cada vez era un poquito más frío. Menos mal que hacía sol porque si no, no lo
hubiéramos podido disfrutar de la misma manera.
Paramos en Rabat y lo primero que
hicimos fue cruzar la muralla para poder disfrutar de Mdina.
Al ser enero, la ciudad estaba
vacía, sin turistas. Y la pudimos disfrutar al completo. Mdina es una ciudad
medieval donde no pasan los coches y todas sus casas, como en el resto de Malta
son de piedra color ocre y las ventanas de diferentes colores.
Lo primero que hicimos fue ir al
mirador desde donde se puede ver la Valleta y sus alrededores, e incluso zonas
donde se puede ver el mar. Las vistas desde el mirador son muy bonitas y valen
la pena.
Dentro de Mdina, se pueden visitar
edificios como el Palazzo Falzon, pero los 10 euros de entrada me parecen un
poco excesivos.
Nosotras preferimos disfrutarla a
nuestra manera, sin necesidad de entrar a ningún sitio y la verdad es que nos
encantó.
A estas horas, no empezaba a
sonar el estómago y decimos que mientras callejeábamos, buscaríamos un sitio
para comer.
Después de ver un par que no nos
gustaron y que los precios eran carísimos, nos decidimos por uno que combinaba
la cocina maltesa con otras gastronomías de toque étnico.
El local era precioso. Nada más
entrar (como estaba vacío) nos enchufaron el aire caliente para que estuviéramos
calentitas y enseguida vinó la camarera que resultó que al final sabía hablar
español.
Para beber nos pedimos agua como
de costumbre. Pero para comer, nos pedimos de entrante unas samosas y de plato
principal, un conejo a la maltesa y un pollo tikka con arroz basmati de
verduras. La comida estaba buenísima y de precio también bien. Nos costó la
comida 32 euros y aparte nos pusieron
una salsa de aceitunas, perejil y ajo para que la untáramos en pan árabe. Tanto
a mi madre, como a mí, nos encantó la comida, nos sirvieron muy bien y como de
costumbre en Malta, las raciones eran gigantes.
De las samosas y de el aperitivo
no tengo fotos, pero del resto, si.
Con las barrigas llenas, salimos
a seguir disfrutando otro ratito de Mdina.
Y después continuamos nuestra
etapa disfrutando un poquito de Rabat. Esta ciudad es menos monumental y la
visita obligada son las catacumbas de San Pablo que por horario y tiempo
decidimos no ver.
Finalmente, para completar la
ruta de las cuevas y cavernas varias, se puede pasar por la plaza central del
pueblo donde están la iglesia de San Pablo con la gruta del mismo nombre donde
se dice que el santo rezo durante su paso por la isla.
Después de este recorrido, nos
fuimos a la parada del bús en dirección Valleta.
El bus nos volvió a dejar en la
estación de autobuses de Valleta y de ahí entramos por la puerta de la muralla
de la ciudad donde está la Fuente del Tritón y que actualmente está en obras y
paseamos por Republic Street.
Republic Street es una calle
peatonal en su mayor parte llena de tiendas de ropa y de souvenirs. Esta calle
también comparte protagonismo con Merchants Street que es donde está la Oficina
de Turismo por si quereis coger algún mapita o información de la isla.
Seguimos paseando por Republic
Street hasta llegar a la Plaza de San Jorge y ver el cambio de guardia.
Una vez llegamos a este punto,
decidimos ir hasta el final de la calle, justo donde está el Fuerte de St. Elmo
que pese a lo que pueda pensarse, ni se puede visitar, ni ofrece grandes
atractivos al turista, pero durante este recorrido se pueden ver los edificios
más representativos de la ciudad y una imagen más autentica.
A partir de llegar a este punto
fuimos bordeando la costa de la ciudad y acercándonos al puerto. El recorrido
no es muy bonito, pero a medida que avanzábamos íbamos teniendo mejores vistas
de las tres ciudades.
Se puede parar, de paso, en el
audiovisual Malta Experience, que explica la vida de la isla en 45 minutos,
pero no aportara mucho a quienes no estén demasiado interesados en la historia.
Nosotras decidimos ir a ver los
Lower Barraca Gardens y las vistas que se tenía desde ahí del puerto.
Desde ahí y antes que se hiciera
por completo de noche nos fuimos a ver los Upper Barraca Gardens que al estar
anocheciendo, nos dejaron ver una de las vista más bonitas de Malta y ahí fue
cuando conocimos a una madre y una hija polacas que estaban haciendo el mismo
viaje que nosotras. Por casualidades de la vida, la hija había estado de
vacaciones el año anterior en Gandía, que es un pueblo que está a media hora
del mío y nosotras habíamos estado visitando su ciudad (Cracovia) hacía un año
y medio. Estuvimos un rato charlando con ellas y nos fuimos ya a la estación de
autobuses para coger el bus de regreso al apartamento.
Cuando llegamos a Gzira, nos
fuimos a cenar a un restaurante que había visto recomendado por internet, “Café
Jubilee”. La verdad es que el sitio es pintoresco, pues tienen bicis y carros
de bebé colgados del techo, pero el problema es que se llena enseguida y hay
que ir pronto si queréis coger buen sitio.
A nosotras nos tocó una mesa
donde había poquita luz y para mi gusto estaba demasiado oscuro. Nos pedimos
agua dos ensaladas para cada una. La de mi madre era de pera, manzana, rúcula y
gorgonzola y la mía era una ensalada César. Como siempre los platos eran
grandísimos y muy buenos. La cena nos costó 17, 25 euros.
Acabamos de cenar y nos fuimos al
apartamento a dormir ya que teníamos que levantarnos pronto porque mañana
tocaba Gozo y el camino en autobús era bastante largo.